ABC Sexología | Reflexiones de una sexóloga

Reflexiones de una sexóloga

 

Nuestro trabajo vale ¡y cuesta!

¡Ay, qué mal! Os voy contar un secretillo. Creo que ser una profesional de la sexología, me va a complicar la vida aún más.

He tenido una reciente y poco agradable experiencia, que quiero compartir. Alguien se ha hecho “un pequeño lío” y ha quedado conmigo esperando –unilateralmente- tener una compañera sexual de lo más desinhibida. Es decir, como hay mucha gente hablando de sexo en mi Facebook, pues en su opinión yo estoy ahí, como una atleta después de un triple mortal: “¡chaaan!”, preparada para cumplir cualquier deseo o fantasía sexual que se le ocurra al primer hombre que pase y, en concreto, a este en cuestión.

¡Arggg! ¡Socorroooo! Para empezar, es el amigo de una amiga, así que viene como “en confianza”. Para seguir, te mete en una incómoda conversación sobre qué le gusta y qué no en su actividad sexual. Conversación que, cayendo en la trampa, sigues desde un punto de vista técnico, pensando: “ esto es una manipulación”, “ahí hay una falta de autoestima como una casa” o “qué problema psicológico tendría su anterior pareja para reaccionar así”, en fin, cosas específicas que te vienen a la cabeza.

Lo que contaba el sujeto en cuestión parecía en principio, “no patológico”. Así que la fastidié y, en vez de soltarle: “te estás poniendo pesado”, le dije, “bueno hay mucha gente que tiene esas preferencias. No es mi caso, pero, vamos, las conductas que describes, si son consentidas, son normales…”

¡Tremendo error! Porque si son normales, acabo de dar una llave de paso para el siguiente tramo del latazo: el proselitismo. “No te puedes imaginar qué bien si haces esto”, “lo de más allá está a otro nivel”, “esta experiencia es exquisita”, “yo ya nunca pruebo el sexo convencional”… Y así todo el rato. “¿Qué te parece?”. En ese punto, yo llevaba 15 minutos entre mirar el reloj y localizar las salidas de emergencia.  Mi “pose social” comenzaba a caerse a pedazos y me preguntaba con qué excusa podría salir de allí. A todo esto, mi cara delataba una impaciencia que, hasta mi animadísimo interlocutor percibió.

“Mira –le dije- yo soy muy convencional y me gustan las prácticas convencionales: sexo en pareja, parejas hetero, repertorio habitual…”. Todo lo más gris posible, respetando la verdad o no. Eso era ya un “rompan filas”, la típica estrategia, de “¡socorro que me deje en paz!”. Otro error. ¿Por qué le tienes que dar explicaciones a nadie, solo porque tu profesión trate de ese tema? Que yo sepa, los abogados no van contando si se están querellando contra su casero, ni los médicos te cuentan sus almorranas…

Pero veo que la gente no respeta nada los trabajos profesionales. Nadie va a una carnicería y pide un kilo de entrecot gratis, porque es de tirados. Se morirían de vergüenza antes que mendigar unos filetes. ¡Y no te cuanto a dónde te puede mandar tu carnicero! Aunque sea amigo. Sin embargo, un kilo de carne puede costar entre 12 y 30 euros, cuando una hora de consulta profesional no baja de los 30 y fácilmente duplica esa cantidad.

Pero da igual: algunos se te “plastifican” –un término que yo uso entre “plantifican” y se hacen plastas- y empiezan a darte la chapa sobre cualquier cosa que les ronde la cabeza para que les des tu opinión. O sea, para que les asesores. O sea, que te piden gratis aquello que cobras por hacer. Y no se mueren de vergüenza ni tan siquiera les parece mal. Es más: se ofenden si tú no les atiendes adecuadamente, es decir, si no les dedicas la atención profesional que les prestarías en el  hipotético caso de que les diera por pagar una asesoría.

Así que he aprendido y allá que voy, volviendo a hacer el triple salto mortal, esta vez hacia atrás, “¡chaaan!”, para poner remedio a esto. Acabo de comprar por Internet un “vade retro, Satanás” especial para casos de mendicidad profesional  y pienso llevarlo siempre en el bolso.

¡Ah!, volviendo a mi reciente ex amigo, ya lo he borrado del Facebook…

Por Ana Macías

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